viernes, 16 de noviembre de 2012

EL TRABAJO EN EL HOMBRE




La vida es la   armonía de   los   movimientos, resultante   de    los cambios incesantes en el seno de la naturaleza visible e invisible. Su manutención depende de la actividad de todos los mundos y de todos los seres.

Cada individualidad, en la prueba, como en la redención, como en la gloria divina, tiene una función definida de trabajo y elevación de sus propios valores. Los que aprendieron los bienes de la vida y cuantos los enseñan con amor, multiplican en la Tierra y en los Cielos los dones infinitos de Dios.

La civilización y el progreso como la propia vida, dependen de los intercambios incesantes. El Universo en su constitución maravillosa, no creo ni sanciona leyes de aislamiento en la comunidad eterna de los mundos y de los seres. La existencia es una larga escalera, en la cual todas las almas deben darse las manos, en la subida para el conocimiento y para Dios.

El trabajo es una ley natural por lo mismo que es una necesidad, y la civilización obliga al hombre a mayor trabajo, porque aumenta sus necesidades y sus goces.

Las ocupaciones materiales no solo son trabajo, el espíritu trabaja como el cuerpo. Toda ocupación útil es trabajo.

El trabajo es impuesto al hombre porque es consecuencia de su naturaleza corporal; una expiación y al mismo tiempo un medio de perfeccionar su inteligencia; sin el trabajo, el hombre no saldría de la infancia de la inteligencia y por esto solo a su trabajo y actividad debe su subsistencia, su seguridad y bienestar. Al que es débil de cuerpo Dios le da, en cambio, la inteligencia, pero siempre es trabajo.

Todo trabaja en la Naturaleza, los animales trabajan como nosotros, pero su trabajo, como su inteligencia, esta limitado a las atenciones de su conservación y he aquí porque no es progreso para ellos, al paso que en el hombre tiene un doble objeto: la conservación del cuerpo y el desarrollo del pensamiento que también es una necesidad, y que le eleva por encima de si mismo.

Cuando decimos que el trabajo de los animales esta limitado a las atenciones de su conservación, se entiende que se habla del objeto a que se proponen al trabajar, pero a su pesar, y al mismo tiempo que proveen sus necesidades materiales, son agentes que secundan las miras del Creador, y su trabajo no deja de concurrir al objeto final de la Naturaleza, aunque, con mucha frecuencia, no descubra el hombre el resultado inmediato.

La Naturaleza del trabajo es relativa a las necesidades, y cuanto menos materiales son estas, menos lo es también aquel. No creamos, sin embargo, que el hombre permanece inactivo e inútil, la ociosidad seria un suplicio en vez de un beneficio.

El hombre rico, que posee bienes suficientes para asegurarse la existencia no esta libre de la ley de trabajo, del trabajo material quizás; pero no de la obligación de hacerse útil según sus medios, de perfeccionar su inteligencia o la de otros, lo que también es trabajo. Si el hombre a quien Dios ha confiado bienes suficientes para asegurarse la existencia, no esta obligado a mantenerse con el sudor de su frente, la obligación de ser útil a sus semejantes es tanto mayor para el en cuanto la parte que anticipadamente le ha sido asignada, le concede may desahogo para hacer el bien.

Para reparar las fuerzas del cuerpo es necesario el descanso con el dejamos un poco de libertad a la inteligencia con el fin de que se levante por encima de la materia.
El limite del trabajo es el limite de las fuerzas. Por lo demás Dios deja al hombre en libertad.

El imponer a los inferiores un trabajo excesivo es una de las acciones mas malas. Todo hombre que tiene mando res responsable del exceso de trabajo que impone a sus inferiores porque viola la ley de Dios.

En la vejez el hombre tiene derecho al descanso, pues solo esta obligado según las fuerzas.

Si el anciano no tiene recursos y no puede trabajar, su familia y a falta de esta la sociedad ha de hacer sus veces. Esta es la ley de caridad.

No basta decir al hombre que ha de trabajar, sino que también es preciso que el que cifra la existencia en su trabajo encuentre ocupación, lo cual no sucede siempre. Cuando la suspensión del trabajo se generaliza toma las proporciones de una calamidad como la miseria. La ciencia económica busca el remedio en el equilibrio de la producción y el consumo; pero este equilibrio, aun suponiendo que sea posible, tendría siempre intermitencias, durante cuyos intervalos no deja de tener necesidades de vivir el obrero. Hay un elemento, con el cual no se ha contado bastante y sin el, la ciencia económica no pasa de ser una teoría. Este elemento es la educación, no la intelectual, sino la moral, y tampoco la educación moral que enseñan los libros, sino la que consiste en el arte de formar el carácter,  la educación que da hábitos; porque la educación es el conjunto de hábitos adquiridos.

Cuando se piensa en la masa de individuos lanzados diariamente al torrente de la población, sin freno y sin principios y entregados a sus propios instintos, ¡ hay que admirarse de sus desastrosas consecuencias¡. Cuando se conozca, comprenda y practique aquel arte, el hombre llevara a la sociedad hábitos de orden y de previsión para si y los suyos, de respeto hacia lo respetable, hábitos que le permitirán pasar menos penosamente los malos días inevitables. El desorden y la improvisión son dos canceres que solo una educación bien entendida puede curar; este es el punto de partida, el elemento real del bienestar, la prenda de seguridad para todos.

El trabajo es una ley para las humanidades planetarias como para las sociedades del Espacio. Desde el ser mas rudimentario hasta los Espíritus angélicos que velan por los destinos de los mundos, todos toman parte en el gran concierto universal.

Es penoso y grosero para los seres inferiores, el trabajo se suaviza a medida que la vida se refina. Se convierte, en un venero de goces para el Espíritu adelantado, que se hace insensible a las atracciones materiales, exclusivamente ocupado en los estudios mas elevados.

Con el trabajo, el hombre domina a las fuerzas ciegas de la Naturaleza y se pone a salvo de la miseria; por el trabajo es por lo que se fundan las civilizaciones y por lo que se extienden el bienestar y la ciencia.

El trabajo es el honor y la dignidad del ser humano. El ocioso que, sin producir nada, se aprovecha de la labor de los demás, no es mas que un parásito. Mientras el hombre se haya ocupada en su tarea se acallan sus pasiones. La ociosidad, por el contrario, las desencadena y les abre vasto campo de acción. El trabajo constituye también un gran consuelo, un derivativo saludable de nuestras preocupaciones y nuestras tristezas; calma las angustias de nuestro Espíritu  y fecundiza lustra inteligencia. No existe un dolor moral, no existen decepciones ni reveses que no encuentren en el un apaciguamiento; no hay vicisitudes que resistan a su acción prolongada.

El que trabaja tiene asegurado un refugio para su sufrimiento y un verdadero amigo en la atribulación, no puede aceptar la vida con disgusto. En cambio, cuan digna de lastima es la situación de aquel a quien los achaques condenan a la inmovilidad y a la inacción; si este hombre ha sentido la grandeza y la santidad del trabajo, si por encima de su interés propio ve el interés general y el bien de todos y quiere contribuir a él, sufre uno de los padecimientos mas crueles que se han reservado para el ser viviente

Tal es también la situación en el Espacio del Espíritu que falto a sus deberes y disipo la vida. Comprendiendo demasiado tarde la nobleza del trabajo y la villanía de la ociosidad, sufre al no poder realizar lo que su alma concibe y desea.

El trabajo es la comunión de los seres. Por el nos aproximamos los unos a los otros, aprendemos a ayudarnos y a unirnos; de esto a la fraternidad no hay mas que un paso.

La antigüedad romana deshonro el trabajo haciendo de el la condición propia del esclavo. Esto explica su esterilidad moral, su corrupción y sus secas y frías doctrinas. Los tiempos actuales tienen otra concepción completamente distinta de la vida. Buscan plenitud en una labor fecunda y regeneradora.

La filosofía de los Espíritus amplifica más aun esta concepción, indicándonos en la ley de trabajo el principio de todos los progresos y de todas las elevaciones, y demostrándonos que la acción de esta ley se extiende a la universalidad de los seres y de los mundos. Por eso estamos autorizados a decir: Despertad ¡ OH, vosotros, todos los que dejáis adormecidas vuestras facultades, vuestras fuerzas latentes! ¡Manos a la obra! ¡Trabajad, fecundad la tierra; haced resonar en las fabricas el ruido  del vapor!. Agitaos en la colmena inmensa. Vuestra tarea es grande y santa. Nuestro trabajo es la vida, es la gloria y es la paz de la humanidad.
 
Obreros del pensamiento, escrutad los grandes problemas, propagad la ciencia, distribuid entre las multitudes los escritos y las palabras que reconfortan y fortifican.¡Que de un confín del mundo al otro unidos en la obra gigantesca, cada uno de nosotros emita su esfuerzo, con el fin de contribuir a enriquecer el dominio material, intelectual y moral de la humanidad!.
La glorificación del trabajo es un servicio que ha venido cumpliendo el Evangelio.

Con anterioridad a la influencia del Maestro, la tierra era un vasto latifundio poblado por amos y esclavos. El servicio era considerado deshonra.

Dominadas por el principio de la fuerza, las naciones conservaban enorme semejanza con los agrupamientos de la comunidad primitiva. La notoriedad social provenía de la caza. Los tronos se erguían, casi siempre, sobre oscuros cimientos de pillaje.

Los favores de la vida pertenecían a los más astutos y a los más poderosos. Cualquier revés económico redundaba en cautiverio compulsivo.

El trabajo era sinónimo de envilecimiento.

Los espíritus más nobles, la mayoría de las veces, permanecían en absoluta dependencia, sudando y gimiendo para sostener el carro purpúreo de los opresores. En todas las ciudades pululaban los esclavos de todos los matices, y tan solo a ellos se les confería el deber de servir como severo castigo.

La Roma imperial estaba repleta de cautivos tomados a Egipto, a Grecia, a la Galilea y al Ponto. Tan solo en la revolución de Espartaco, en el año 71 antes de la era cristiana, fueron condenados a muerte en la  Vía Apia, 30.000 esclavos cuya única falta era la de aspirar al trabajo digno en libertad edificante.

Con Jesús, sin embargo, surge una nueva época para el mundo. El ministerio del Señor es, sobre todo, de acción y movimiento. Se levanta el Maestro al Alba y se devoción al bien de los semejantes hasta muy entrada la noche.

Medico _ no descansa en el auxilio efectivo a los enfermos.

Profesor _no se fatiga con la repetición de las lecciones.

Bienhechor _ esparce sin cesar las bendiciones del amor infinito.
Sabio _ coloca a la ciencia del bien al alcance de todos.

Abogado _ defiende los intereses de los débiles y de los humildes.

Trabajador Divino _ sirve a todos sin reclamos y sin esperar recompensa.

El ejemplo de Cristo es sublime contagioso. Cada compañero de apostolado se aparta luego de la comodidad, para ayudar en su nombre y abrir horizontes más amplios a la comprensión de la vida, en regiones distantes de la cuna que los viera nacer.

Mas tarde en Roma, el deseo de ayuda mutua entre los cristianos, alcanza realizaciones inconcebibles en el capitulo del trabajo.

Personas convertidas al Evangelio se consagran por entero al servicio, con el objeto de amparar a los compañeros necesitados.
Los aprendices de la Buena Nueva se esparcen en las actividades de la industria y la agricultura, de las artes y las ciencias, de la instrucción y el comercio, dela asistencia y la limpieza publica, disputando medios para el auxilio a los socios del ideal, en la servidumbre o en la indigencia, en el sufrimiento o en las prisiones.

Hay quien ayuna durante dos o tres días seguidos, a fin de economizar dinero para los servicios de asistencia al prójimo, bajo la dirección de un pastor. El trabajo pasa entonces a ser interpretado como bendición Divina.

Paulo de Tarso, cuando se traslada de la dignidad del sanedrín a la ruda labor del telar y confecciona tapices para no ser carga de nadie, a fin de garantizar de esa manera su libertad de palabra y acción, es el símbolo del cristiano que educa y realiza, a la vez que demuestra que a la pureza de la enseñanza debe aliarse la gloria del ejemplo.

Y honrado hasta hoy, en el trabajo digno a su principal norma de acción, el Cristianismo es la fuerza libertadora de la Humanidad, en todos los rincones del mundo.

Muchos negadores de la sobre vivencia del Espíritu, interrogan, acerca de cuestiones que desearían ver solucionadas sin la contribución del esfuerzo, personal, que pertenece a la criatura humana.

Preguntan con inteligencia ¿por qué razón no se materializan los Espíritus, que todo lo pueden, a fin de demostrar sin sombra de duda la inmortalidad?.

¿Por qué los Muertos, que pueden penetrar en el futuro, no traen las formulas eficaces para acabar con las enfermedades, reduciendo así los dolores que sufren los hombres?.

¿Por qué los orientadores de la humanidad, no nos esclarecen sobre la patogénesis de las neoplasias malignas, modificando los panoramas de la salud, en el planeta terrestre?.

¿Por qué los Benefactores de la criatura humana, ya desencarnados, no presentan hábiles soluciones para los graves problemas de la alineación mental?.

¿Por qué los Guías del destino humano, no nos proporcionan, los métodos para combatir la súper población, impidiendo que se corporifiquen nuevas criaturas, mediante lo cual evitarían las colectivas calamidades sociales, económicas y morales, que azotan a decenas de millones de hambrienta y enfermos?.

¿Por qué los Instructores Espirituales no actúan directamente sobre los jefes de Estado, impeliendo que los mismos accionen las armas de guerra, con las cuales dominan naciones y victiman a un incalculable numero de criaturas?.
Son interrogantes, que se caracterizan por el comodísimo mental, en un proceso de transferencia de responsabilidad y acción, se multiplican en innumerables ítem.

No obstante, las respuestas se encuentran en el cuerpo de la Doctrina que se empeñan en ignorar y que no se permiten conocer por medio del estudio ni de la meditación.

El Espiritismo enseña, a trabes de su lógica de bronce, que la muerte no modifica intrínsicamente a nadie.

Morir, como reencarnar, significa salir del cuerpo o entrar en el  sin alteración real de los valores morales ni del comportamiento personal.

Asimismo, aclara que no existen formulas mágicas para lograr soluciones de ocasión, lejos del esfuerzo de cada cual y sin la activa contribución de cada uno.

Lo que la Doctrina Espirita pretende es la transformación interior del ser, allí donde se encuentre, prosperando así en beneficio propio y en el de su prójimo, al servicio de la vida.

Lo que  a los hombres corresponde realizar no puede transferirse a los Amigos Espirituales.

Si los Educadores realizan las tareas de sus discípulos, no harían mas que promover en ellos la inutilidad, la ignorancia, la pereza...
Debido a sus conquistas y conforme las necesidades que les son compatibles, periódicamente permite la Divinidad que se corporifiquen, como misioneros de la evolución y del progreso humano Einstein, un Gandhi, un Pasteur, un Flemming, un Francisco de Asis y otros, enseñando la belleza y convocando a la lucha sin cuartel del trabajo y de la renovación personal.

La verdad cambia mucho entre los hombres, a semejanza de una luz filtrada por vidrios de diferentes tonalidades, y tampoco todos pueden afrontar esa verdad mientras viven.
Si millones de criaturas, estando aun en la carne, se toparan frente a frente con la verdad simple y cruda, de la vida mas allá de la tumba, sin diálogos directos con los inmortales corporificados entre ellos, enloquecerían de pavor, arrojándose en suicidios infelices, en desdichados y espectaculares intentos de fuga de la realidad...

Si los Espíritus aportasen rápidas respuestas para los problemas que tiene la función de fomentar el progreso, la parálisis inutilizaría brazos y mentes, que llegarían a atrofiarse, perdida la finalidad que tienen destinada en el mecanismo de la evolución.

Los hombres disfrutan conforme sus merecimientos, reciben de acuerdo con lo que realizan y cosechan la sementera dejada en el pasado.

En su inevitable proceso de desarrollo, el Espíritu es, en el cuerpo, o fuera de el, el autor de su destino.

Los desencarnados no son poseedores de toda la sabiduría. Si eso fuera posible, como consecuencia del puro y simple fenómeno de la muerte ellos se volverían dioses, tal como lo sostiene las concepciones de la ortodoxia mitológica del pasado.

Jesús es el Señor que a todos nos estimula, invitándonos a las conquistas superiores, portador, El si, del conocimiento pleno.

Revelándonos al Padre, en ningún momento tuvo el deseo de igualarlo, en cambio, nos enseño a adorarlo en condición de Entidad máxima, y a El, nuestro Maestro y Benefactor, a seguir imitándolo en todos los caminos , para adquirir la paz.

Honrando al trabajo, como ley que fomenta la evolución afirmo También  “El Padre hasta hoy trabaja”, legándonos la honra del Servicio intransferible como un apoyo resistente para la victoria sobre las dificultades personales y para la liberación de todas las circunstancias afligentes y dolorosas, por nosotros mismos engendradas.

¡AMAD EL TRABAJO Y ENGRANDECERLO!

Es por el  que la civilización se levanta, que la educación se realiza y que nuestra felicidad se perpetúa. En la Patria de las Almas llora amargamente el espíritu que desprecio su riqueza oculta, por haberse olvidado que solamente por medio del trabajo podemos desarrollar nuestras posibilidades de crecimiento hacia la inmortalidad.
    Jesús decía: ¡ Aquel que quiera venir en pos de Mi, que tome su cruz y me siga !.

Con estas palabras invitaba a los hombres a trabajar llevando  sus aflicciones hasta el fin con resignación y paciencia. Nunca debemos estar de brazos cruzados, una labor de la que nos podemos sentir orgullosos es la de nuestra reforma intima, porque ella ara que la lucha exterior sea fructífera, beneficiando nuestro entorno , facilitando la labor de todos los que nos rodean, sin crear impedimentos  seremos allanadores del camino de la redención, muchas veces sin nosotros querer y sin apenas darnos cuenta ofrecemos obstáculos e impedimentos a labores que beneficiarían la paz del mundo y que los holgazanes y los refractarios del bien entorpecen.
Merchita- En base a obrasde la Codificación. de Divaldo y de Chico Xavier.

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El cristiano es como el roquedo que ni los vientos alisios ni los tornados derriban; se muestra invulnerable a la lisonja y a la calumnia. El cristiano se doma para hacerse vencedor....de sí mismo. Para quien se venció, nadie ni persona alguna le transforma la victoria en derrota. Venciéndose se liberó de las flechas de la indolencia y de las garras de la enfermedad, lavándose de toda suciedad.
- ( Aportación de Eugenia Somenzini)



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